Un Deseo
- DanielPipeGarcía
- 22 ago 2021
- 5 Min. de lectura
Amanece muy temprano y un deseo va cruzando la ciudad, un deseo de vida que busca un lugar, un horario y unas recomendaciones para acceder a un biológico que le asegure tranquilidad o, por lo menos sea un placebo para su mente que agotada día a día piensa que no quiere contagiarse con el virus. Aquel deseo hace una larga y tediosa fila, se levantó antes de que saliera el sol, desayuno bien para que el biológico no le agarre débil, pues eso dicen las mamás. Una fila por una vacuna, todo para arañar un pedacito más de vida.
Desde primer día de nuestras vidas ya estamos haciendo la fila para ser un polizón en la barca de Caronte, desde el primer día ya sabemos que tenemos algo seguro en la vida y que aquello es la muerte, es por esto que deberíamos naturalizar la muerte, no temer a ella y prepararse en vida para cuando nos toque el día. Sin arrepentimientos, lloriqueos ni reclamos, puesto que la muerte es un proceso natural y seguro para todo ser vivo. Es decir, que si desde el primer día de vida ya estamos esperando la muerte, lo que estamos haciendo es pagar la vida en pequeñas cuotas de 24 horas. Es como un crédito, día a día estamos cediendo un poquito más de tiempo, hasta que el reloj biológico nos diga basta, el juego no va más.
El ser humano es desagradecido con la vida, esta no es nuestra, nunca lo ha sido y nunca lo será, tan solo es un instante, un suspiro que nos regalan en este basto universo. Todos estos pensamientos me hacen recordar una frase de Epicteto, uno de los primeros estoicos, este viejo sabio decía algo como: “Cuando llegue mi hora dejare de vivir tal como procede un hombre que no hace otra cosa que devolver lo que le han prestado”. ¡Vaya! que lo tenía bastante claro. Es así, este sorbo de vida que nos han prestado hay que devolverlo en algún momento, nos vamos nosotros y llegará alguien más, así es como funciona. Por eso es importante el desprendimiento de las cosas, de las personas, del ego, de todo. La especie humana no lleva en este universo ni el 2% de tiempo de duración del mismo y aun así seguimos pensando que todo nos pertenece, claramente estamos aquí de visita, somos una pequeña viruta de polvo en tiempo y en espacio. Es inmenso el miedo a la oscuridad infinita, pero si usted, amigo lector. le tiene miedo a este día y a devolver lo que no es suyo, no se preocupe, a continuación le tengo la solución.
Remítase al tetrafármaco de Epicuro, específicamente al punto número dos. Este era otro viejo sabio, de aquellos que sus pasatiempos más grandes era sentarse a reflexionar. En las propias palabras de Epicuro, no hay que preocuparse por la muerte, puesto que: “La muerte no significa nada para nosotros... cuando existimos, la muerte aún no está presente, y cuando la muerte está presente, entonces no existimos”. ¿Sencillo no?, entonces, ¿Por qué para el ser humano el pensar en la muerte se convierte en una de las mayores y más intensas ansiedades que sentimos a través de nuestra vida? Estos pensamientos impiden el pleno disfrute y calidad de nuestra vida; el pensar si lo que yo hago en vida agrada o no a los dioses, los cuales van a juzgarme el día en que muera no permiten al ser humano vivir a plenitud. En este punto volvemos al tetrafármaco de Epicuro, pero esta vez al punto uno: “No temas a los dioses”. Si bien es un punto muy arraigado a la religión helenística, donde existía una gran preocupación por lo que pensaran los dioses de las acciones que llevaba cada uno de los mortales día a día y, si a esto le sumamos el carácter y temperamento de los dioses, cada individuo vivía con un miedo terrible a las posibles acciones de los dioses, pero, aquí entra en acción Epicuro, puesto que para este viejo sabio los dioses eran seres hipotéticos que vivían en perpetua dicha, seres inmortales, invulnerables y perfectos que lo último que tendrían que hacer en medio de su gloriosa vida era preocuparse porque hacían o dejaban de hacer los simples mortales y que por tanto, nosotros, los humanos, debemos emular la felicidad de estos dioses dentro de los límites permitidos para nuestra especie humana.
Lo siento amigo lector, tuve que apoyarme en Epicteto y en Epicuro para decirle algo tan sencillo como viva y deje vivir, no critique, no se meta en la vida de otros, sea feliz, busque la felicidad propia y si puede contribuir a alegrarle la vida a uno de sus semejantes no dude en hacerlo. En esta vida deberíamos volar muy muy alto y en la caída encontrar todas esas respuestas que buscamos a diario cuando no podemos callar nuestra mente y nos habla sin parar. Recuerde que al momento de morir seremos recordados por lo que fuimos, por cómo nos comportamos en vida y que seremos solo recuerdos para nuestros hijos.
La muerte es como un bocado agridulce, agria por el dolor que deja la partida de alguien a quienes se quedan en el plano terrenal, pero dulce por el descanso para el que se va. Lo que debemos procurar es que sea una partida linda, armoniosa, sin dejar rencores ni resentimientos en el camino. ¿Adónde vamos?, nadie lo sabe, es por esto que este pensamiento tendríamos que eliminar de nuestra mente, para que pensar en algo de lo cual nadie tiene respuesta, más bien siéntese a pensar cómo le va a hacer para darse ese viaje que quiere y se merece desde hace tanto tiempo; cómo va a conquistar la chica que le gusta desde el colegio; como va a conseguir el carro que quiere y todos esos placeres que podemos darnos en el sorbo de tiempo que nos prestaron. Suena muy hedonista lo anterior, pero total y a todos nos gusta vivir bien y estar bien.
Al final, un deseo escribe estas líneas. Me pincharé el brazo con un biológico porque si algo tengo claro es que aún no ha llegado la hora de partir.
Para concluir solo quiero dejar tres frases del mismo autor que marcaron y fueron el inicio para las presentes líneas.
Ø “¿Qué es la felicidad salvo la simple armonía entre una persona y la vida que lleva”
Ø “Nunca vivirás si estás buscando el sentido de la vida”
Ø “Si haces las paces con la muerte todo es posible”
Albert Camus.
Escribo de noche, como ya es costumbre. En el reproductor suena Age of Love – Charlotte de Witte.
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