Estella
- DanielPipeGarcía
- 22 abr 2022
- 7 Min. de lectura
En la vida hay más de una realidad, realidades que caminan separadas pero que el accidente del amor junta sin explicación alguna. Así comienza la historia de Joaquín y Adela, bajo una noche estrellada donde los bosques tiritan de frío.
En una ciudad de millones de personas ha sucedido un accidente que está lejos de lo mundano, es vagabundo, bohemio y melancólico, a veces te hace llorar de dolor, a veces de felicidad.
De esta manera funciona, pensaba Joaquín, con 24 abriles en su calendario vivía en un río de desesperados esperando encontrar ese accidente que lo juntara con un cuerpo de mujer al cual poderle llamar amor.
-Joaquín, debes entender que así no funciona, que quien encuentra este accidente llamado amor era el que menos lo andaba buscando le decía su madre.
En su plena juventud, Joaquín había conocido el amor pasajero, ese que no pasa de un par de orgasmos, de ires y venires en camas ajenas, donde el placer es rey y el amor vasallo.
Han transcurrido ya cuatro años; Joaquín se balancea entre cabellos femeninos pero aún no logra encontrar esas dulces manos que lo cautiven y no lo dejen escapar hacia aposentos momentáneos.
Adela tiene 35 octubres en su cuerpo, cree que ha conocido el amor a lo largo de su vida, pero tan solo se ha accidentado en cuerpos masculinos que solo buscan su carne para satisfacer sus placeres más salvajes. Es bella, pura, delicada, su tés se asemeja al terciopelo, sus cabellos son negros y lisos, bastante largos, unos labios finos, delgados, bien definidos, lo que un pibe como Joaquín estaría deseando.
Si bien viven en una ciudad accidentada, donde la gente desconfía el uno del otro y donde no importa pisotear al prójimo para conseguir el bien particular, estos dos tienen algo en común, tienen un alma pura, de esas que su presencia ilumina a los demás, de esas que están esperando iluminarse la una a la otra.
Nadie busca un accidente, no se planea, tampoco es algo esperado, simplemente pasa, sucede. Si bien Joaquín esperaba que el amor golpeara su cara con un fuerte cachetazo a la mandíbula, no tenía como buscarlo, pero, un día apareció, de la nada y sin buscar explicaciones. Este pibe se ganaba la vida como domiciliario en su bicicleta a la vez que termina sus estudios de filosofía, es un simple estudiante que paga sus estudios de esta manera, pedaleando en la vieja bicicleta oxidada que heredó de su abuelo.
Pedalea por la avenida Santa Fe, frena bruscamente a la altura 5075 y timbra en el 6B del edificio; Adela contesta, solitaria en su departamento después de haberse pasado la tarde pensando en porque no se le da eso llamado amor.
–Soy el domiciliario, traigo una pizza de pepperoni y una cerveza de litro.
-Dale, sube, contesta Adela.
El encuentro es corto, con pocas palabras, pero Joaquín sabía que esa figura fina y pulcra de mujer era la que lo iba a sacar de los infiernos del sexo mundano, ese que toma y desecha la carne del otro, que solo piensa en terminar y nada más, sin importarle la felicidad del otro.
–Joaquín, te has chocado de frente con quien cambiara tu vida, le dice su madre, llena de esa sabiduría que solo otorgan los años.
Han pasado dos semanas, Joaquín se pregunta si no volverá al 6B de la avenida Santa Fe al 5075. ¡Rin…! ¡Rin…!, suena su teléfono, una pizza de pepperoni cae como pedido para el joven domiciliario, una entrega más; pedalear unas cuantas cuadras; recoger y entregar el pedido; otra vez la misma historia diría apesadumbrado. -¡Ey! Un momento pibe, le dice la razón ¿No te fijas en que es una pizza de pepperoni? Anda, revisa el lugar de entrega. Él no lo cree, piensa que tanta coincidencia solo existe en los cuentos de Disney. No puede ser posible que su aplicación de domicilios lo dirija de nuevo donde aquella diosa.
Allí esta, de nuevo, entregando el pedido, pero esta vez no se conforma, va de frente, sin guardarse nada y encara a Adela sin pensarlo dos veces, con las tripas revolviéndose de los nervios, pero el joven siempre ha sido valiente apostador.
-¿Vos no crees que esto pasa por algo? ¿Qué no puede ser una casualidad? Pregunta Joaquín a Adela.
-Qué se yo, dice ella. Vos sos un pibe, yo una señora ya para mi edad.
Joaquín, con los bríos de la juventud no se deja amedrentar por esto, total nada le importa, no tiene nada que perder. Que me importa, nada importa si el corazón se mueve y eso es lo que logras vos, responde él con la panza hecha gelatina y sintiendo que las piernas en cualquier momento lo traicionan.
Ha ocurrido un accidente en esta enorme ciudad, han colisionado dos mundos totalmente distintos, quien se imaginaria que con once años de diferencia el amor podría nacer. Si bien Joaquín era un pibe, sabía que buscaba y que quería, Adela era su norte, y para Adela Joaquín se convirtió en su brújula, eran un complemento perfecto el uno al otro, sin hablarse se entendían, tan solo las miradas bastaban para estos dos accidentados, estos olvidados del amor ahora se preguntaban si eso que sentían era lo que estaban buscando hace un tiempo; eran felices, todo marchaba bien, sin contratiempos.
Seis años han pasado, el pibe ha cumplido 30 (hace rato que dejo de ser pibe), Adela ahora tiene 41, se aman como locos, hace un tiempo dejo de ser domiciliario y ahora es profesor de planta en la facultad de filosofía, cambio la vieja bicicleta por libros debajo de su brazo y unos anteojos que lo hacen parecer un hombre maduro, intelectual, inteligente, lo que Adela siempre había querido como compañero de vida. El filósofo brinda un bienestar a su querida, pero aún no sabe que ahora debe pensar por tres, una vida crece en el vientre de ella. Joaquín como Adela pensaba que habían conocido el amor, pero claramente conocían poco de este. Ahora él se jura que será el mejor padre del planeta; ella jura que será la mejor madre del mundo, pero olvidan que a veces esa niña caprichosa llamada vida tiene designios diferentes para cada uno de nosotros.
Han pasado seis meses ya; aquella vida crece, pero Adela decrece, los médicos han encontrado una extraña enfermedad que pone en juego la vida de una de las dos, ¡Sí! Adela espera una niña. Los médicos son sinceros, hablan con la pareja y comentan el caso, en el momento del parto es posible que tengan que decidir, es ella o es la niña que viene en camino. Vaya decisión, a veces la vida es cruel, injusta, no importa si te has portado bien, al destino nada le importa, solo está escrito y se debe transitar como venga.
-Si ese momento llega, ya sabes a quien tienes que salvar, dice Adela.
Pobre hombre, el mundo se le derrumba, como escoger entre quien has amado por años y quien amaras por el resto de tu vida.
Ha llegado el día, Adela siente dolores de parto, todo está preparado en el hospital, inicia el trabajo de parto, pero como se preveía se ha complicado, para Joaquín el médico vestido con una bata verde no es más que un verdugo; se presenta la muerte de color verde oliva antes los ojos de Joaquín. Sus lentes se empañan con las lágrimas que recorren sus mejillas y se esconden moribundas en su barba, aún sin saber lo que le dirá el hombre del traje verde oliva, el filósofo sabe lo que escuchará.
-Como lo sabíamos ha llegado el momento, dice el médico. Una de las dos no resistirá, necesitamos que firme estos papeles cuanto antes.
Nunca antes había tomado tanto valor ese adagio popular de “el tiempo es oro”. -Salven a Estella dice Joaquín.
Estella se llamara esta personita que está por llegar a la vida, su padre ya lo tenía claro, Estella como aquel rastro que deja tras de sí un cuerpo en movimiento, es esa señal, esa marca que queda tras el arrastre de algo y eso sería su niña, el legado de su Adela querida.
Al recibir a su niña en brazos, al escucharla llorar, al verla pestañear bajo la luz blanca incandescente típica de los hospitales y descubrir unos ojos color miel, claros como los de su cómplice que ahora los acompaña desde el cielo, su escepticismo religioso se vino abajo, al ver el rostro de su hijita pensó que Dios verdaderamente existe.
Adela es una heroína, de esas de carne y hueso, no como las de los comics. Adela ha partido donde no existe el dolor y donde hay regocijo eterno. En el plano terrenal han quedado Joaquín y su hermosa Estella, una fiel copia de Adela. Ahora Joaquín siente un amor diferente, el que siente un padre por un hijo.
-Ojalá y siempre la muerte fuera por amor, como lo hiciste tú Adela, dice Joaquín cuando es preso de la melancolía. ¡Te fuiste Adela! pero por amor me dejaste a mi querida Estella.
Frente a la debilidad de mi chiquita, voy a tener una responsabilidad infinita, se promete Joaquín. Por ahora no hay amor más grande para este hombre que el que siente por su hija.
Joaquín amo a Adela tras un accidente del destino, porque eso es el amor, un simple y basto accidente que une la vida de dos personas que no imaginaban encontrarse, pero es ese mismo amor el que motiva a amar a alguien incluso cuando su presencia física ya no está con nosotros.
En el inclemente desierto de la vida, el amor es esa fuerza que puede unir dos rocas, que por diminutas que sean y estén rodando aleatoriamente, en algún momento chocaran sus trayectorias, dándole sentido diario al vivir. Es ese vínculo que debe construirse a diario, una unión que ladrillo a ladrillo va edificando una fortaleza que puede aguantar cuanta inclemencia venga. Es el lazo para soportar al otro y para ser soportado en este despertar llamado vida.
El amor es energía, pues nunca desaparece, tan solo se transforma.
Como ya es costumbre, escribo en la noche, suenan algunas aves nocturnas en la ventana de mi apartamento y acompaña Yann Tiersen en el reproductor. En está fría noche capitalina suena Cascade Street.
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