Tigre.
- DanielPipeGarcía
- 5 jun 2019
- 8 Min. de lectura
Tigre nació en una calle de tierra, una caja de cartón era el refugio para su madre y sus hermanos, su llegada a este mundo fue abrupta, su madre pario sola, en medio del frío y en la oscuridad de la noche, la tenue luz de la luna fue la única compañía para esta guerrera. De vacunas nunca supo, el moquillo y la parvovirosis rondaban el ambiente pero eso jamás le llego a tigre, en la calle la vida es a otro precio.
Un viejo anciano les brindo ayuda, una leche cualquiera y un pedazo de pan duro les brindo, una cobija vieja y una caja más digna les socorrió. El anciano no es que tuviera mucho por ofrecer, se estaba muriendo en su propia miseria junto con su vieja esposa en un rancho de latas y madera, pero a cualquiera se le mueve el corazón cuando a las 3 de la mañana chillan los recién nacidos y aúlla la madre.
Tigre entendió que no le tocaría una vida fácil, miraba sus patas y su pelo, se dio cuenta que el significado de la palabra pedigree no cabía en su código genético, no era más que un harapiento cachorro flaco, con un pelo desaliñado que crecía con un caos total, unas orejas puntiagudas que lo hacían ver como un perro guardián de película, pero le toco vivir un film de terror.
Creció a punta de leche cruda, pan duro, uno que otro hueso por roer y las sobras de los restaurantes vecinos, no tiene dueño, tampoco amo, no conoce de reglas, él es su propio jefe y la calle su verdad. Especialista en el arte de ladrarle y gruñirle a los camiones de basura, a la gente en bicicleta, todo un chico rebelde, de esos que anda en jauría buscando peleas y chicas en celo.
Su debilidad, las caricias de alguna mano tibia debajo de su hocico, la última parte del salchichón y si viene acompañada de algún mendrugo de pan aún mejor, escarbar en la basura su hobby y pelear con sus semejantes su deporte favorito.
Conoció el amor, las mieles del placer. ¡Basta! Tigre es un chico rudo no un mariconcito de pelaje fino que debe ser peinado a diario; digámoslo en las palabras que él hubiese utilizado: Tigre se follo su primer perra y desde ahí no pudo parar, no le importaba medirse a los mordiscos y revolcones con otros que fueran más grandes que el con el fin de llevarse el momento de éxtasis que tanto le gustaba.
Así, tuvo muchas heridas de guerra pero eso a él no le importaba, hasta que un día en uno de sus momentos de placer, apareció un representante de esa raza que tiene al planeta al borde de la extinción, que pasaría por la cabeza de este imbécil en ese momento nadie lo sabe, tan solo le pareció bien a este pedazo de mierda que camina en dos patas, que tiene pulgares opuestos y supuestamente raciocinio sacar una vil patada dirigida justo a la cadera de tigre, el golpe no pudo ser peor ni en un lugar tan certero, su pelvis. Heridas de guerra conocía, pero nunca sintió una como esta y menos de una manera tan traicionera que por la espalda, los aullidos de dolor despertaron al vecindario, los alaridos atravesaban los techos de lata y las paredes de tabla de este barrio sumido en la pobreza, sin poderse mover con sus cuatro patas, se arrastró como pudo con sus patas delanteras, arañando la tierra de las calles y con el corazoncito hecho añicos.
Amanece, pero este compa solo quiere una cosa, morir, el dolor le rompe todo, no consigue ponerse en pie y siente que ya llega el final, por suerte, el anciano que le brindo leche en sus primeros días, conoce tan bien su barrio que hasta sabe cuántos compas de la calle lo habitan y se percató que hacía falta uno, ese que siempre estaba presente en las riñas callejeras, el que no dejaba retirar la basura de las calles porque le clavaba el colmillo a los escobitas, aquel que visitaba aquel restaurante siempre a las dos de la tarde esperando los huesos de la sopa que nadie comía. En su lento y casi cansino andar el anciano recorría las polvorientas calles del barrio buscando a tigre, finalmente lo encontró, con moscas en el hocico pero aun respirando, lo levanto entre sus brazos, nadie tiene idea de cómo pudo, si apenas el viejo podía mover ese esqueleto forrado por una delgada capa de piel que daba impresión ver, lo llevo a casa, lo fajo de la cintura para abajo, le dio comida, techo y calor. Tigre como todo un chico rudo se recuperó pero en su cabeza se generó una pregunta que no sabía cómo responder. ¿Cómo es posible que seres de una misma especie logren ser tan malos y tan buenos a la vez? Uno casi lo mata mientras follaba y el otro lo salvo de morir tirado en un pastal y rodeado de moscas. Tranquilo amigo, nosotros tampoco tenemos la respuesta.
Volvió a las calles, total y esa era su vida, comer de la basura, pelear, correr para escapar de la perrera municipal que creía que la solución es acabar con él y sus compas, merodear los restaurantes y cafeterías, ofrecer su mirada más noble para obtener un hueso y, por supuesto, volver al ruedo como el macho que era. Siguió su vida su vida tal y como era antes, pero ahora alguien ocupaba un lugar en sus tripas, sí, quién más sino él, el anciano que estaba más cerca de la muerte que de cualquier otra cosa en el mundo.
A su rutina callejera se sumó una actividad más; muy puntualmente a las seis de la mañana rascaba la puerta de lata de la casa del anciano, ladraba, saltaba y movía su cola cuando veía por la ranura de la puerta venir esos pies que se arrastraban para ofrecerle una caricia, un trago le leche y un pedazo de pan. Agua fría en la cara del anciano, un sacudón por parte de tigre y a la carga, a recoger basura por la ciudad, eran ellos dos, el anciano, tigre, una carreta vieja a punto de romperse y el sentimiento de lealtad más puro por parte de este compa. Eran un par de cartoneros, de esos que van por la calle separando los residuos que se pueden reutilizar y que muchos idiotas no son capaces de separar en sus casas, aprendió a reconocer que servía y que no, con sus patas separaba y con su hocico cargaba el cartón, el aluminio o el papel en la carreta. Volvían al barrio, el compa subido en la carreta como cual rey en su carruaje.
Los días pasaron, tigre y el anciano eran uno solo, se hablaban con la mirada, el uno se reconfortaba en el otro. Una mañana como siempre, tigre llego a rascar la puerta de su amigo pero esta vez la puerta la abrió la vieja esposa del anciano. Algo pasa, intuía, miro a la anciana y en su miraba encontró la respuesta, salió corriendo a buscar a su amigo, lo encontró agonizante y tirado en su cama, tigre mordía el viejo pantalón verde militar de su compañero de equipo, impulsándolo a levantarse pero sin obtener resultado, ya sabía lo que pasaría, se sentó al lado de la cama, el anciano coloco su decrepita mano sobre el cráneo de tigre, este a su vez le regalo un lengüetazo sincero y así sellaron un pacto para toda la vida. Este peludo despidió a su amigo y sintió un dolor en todo su cuerpo, aún más fuerte que aquella patada que casi lo mata. Salió de la casa con la cabeza pegada al piso, no entendía que pasaba, pues jamás había sentido algo así, prefería mil veces la cadera rota que sentir su corazón arrugado.
Siguió merodeando los restaurantes y cafeterías del barrio, pero los huesos sobrantes de la sopa que nadie tomaba ya no le sabían igual, no hallaba sentido alguno cuando caminaba por las calles, ya no le motivaba buscar alguna pelea, follar tampoco le interesaba y así todo se hizo monótono para él.
Tigre ha vivido diez años pero se siente como de treinta, cada herida, cada cicatriz sobre su cuerpo han multiplicado su percepción del tiempo, estas dolencias lo han hecho fuerte, pero no tanto para superar la partida de su amigo. Llueve incesantemente en la ciudad, las calles de aquel barrio se han vuelto un pantano intransitable, todos se quejan de la lluvia en el barrio pero el agradece, la lluvia trajo lo que tanto buscaba, una respuesta.
Tigre se refleja en un charco de agua sucia donde ve pasar su vida, se pregunta por su madre y sus hermanos, que habrá sido de ellos, ¿llegaron a la adultez? ¿Encontrarían alguna familia? Al final del día descubre en su reflejo que él no quería ser fuerte, que nunca quiso ser el líder de la manada, tan solo quería amar y ser amado, ser feliz, no importa si vivía diez, ocho o tres años. Tan solo hubiese querido llegar a un mundo con más gente como su amigo el anciano con el que forjo una amistad sincera, que no conocía de riquezas pero si de valor.
Ha llegado el momento, ya tomó la decisión, vivió lo que tenía que vivir y no se arrepiente de nada, su amistad fue tan sincera que no volvió nunca más al restaurante, tampoco a gruñir a la gente que pasaba en bicicleta ni a morder a los escobitas que recogían la basura. Comió su ultimo pedazo de salchichón, ese que tanto deleitaba, su último trago de leche, se saborío el hocico de un solo lengüetazo y sintió que había sido el mejor banquete que había tenido en toda su vida. Había elegido su destino y estaba feliz de hacerlo, se dispuso a buscar la casa de su amigo y allí, en la puerta de lata que tantas veces rasco con sus patas se dejó llevar por el más noble sentimiento de amor y de lealtad, ese sentimiento que solo ellos pueden entregar.
Murió echado sobre aquella puerta, mirando las estrellas, buscando en ellas el camino para reencontrarse con el anciano, tan solo pensaba en una cosa y era que ojala el cielo al que van los hombres cuando mueren, fuera el mismo cielo al que van los peludos cuando su corazón deja de latir.
Donde estarán tigre y el anciano en este momento, nadie sabe, pero si algo es seguro es que estas conexiones trascienden lo terrenal y van mucho más allá de este plano tan superficial y meramente material.
Esta es la historia de Tigre, aquel que representa a todos sus compas de cuatro patas que muchas veces sus vidas es más sufrimiento que gozo, la culpa no es de Tigre ni de sus compas, la culpa de esta decadencia es nuestra, del humano que creo una jungla de acero que le pasa por encima a todos sin importar nada.
Sin embargo para ellos hay futuro, aún quedan seres que como el anciano están dispuestos a dar muchas veces hasta lo que les hace falta por todos estos compas que solo saben dar amor sin preguntar nada.
Estos peludos solo tienen un defecto y es que entregan su corazón muy fácilmente, con el corazón abierto siempre van, con una mirada sincera y una cola que con sus movimientos reemplaza las palabras.
Dedicado a todas esas almas nobles, de miradas leales que vagabundean por las calles de la ciudad. Algún día no habrá ni uno solo de ustedes sin refugio, porque todos serán queridos y amados así como ustedes lo hacen con nosotros.
Como siempre, suena algo en el reproductor; hoy: koad – Yann Tiersen.
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