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La chica del 37.

  • Foto del escritor: DanielPipeGarcía
    DanielPipeGarcía
  • 12 abr 2020
  • 3 Min. de lectura

El 37 se echa a rodar desde Lanús hasta Ciudad Universitaria y sobre las 18 horas está a la altura de Las Heras y Coronel Díaz, este cálculo metódico el pibe lo realizaba a diario tras promediar las frecuencias de la ruta en diferentes días. Todo por ver a la chica del 37, todo por iluminar el iris de sus ojos con la figura aquella.


Subir al bus, atravesar con la mirada el mundo de cabezas y conversaciones que sobre esta caja con cuatro ruedas se daban era una labor que se perfeccionaba con los días, la experticia del pibe que solo buscaba un rostro mejoraba día a día, pero tal virtud se venía a pique cuando después de mil caras, de pedir permiso para avanzar al final del bus, empujando a unos y esquivando a otros, no veía a la chica del 37. En esos casos tan solo asomaba una solución, colocarse los auriculares y escuchar uno de esos temitas bien “parchaditos” del house que tanto le gusta y divisar el Río de la Plata pensado en que dirección es que esta Uruguay.


Ahora bien, cuando la chica del 37 estaba a bordo todo era diferente, no había tema “parchadito” de house que distrajera al hombre, ni tampoco el pensar en qué dirección se encuentra Uruguay. Lo mejor eran los días soleados, pues el sol entraba por el cristal de la ventana, alumbraba el color miel de sus ojos y el castaño claro de su pelo lacio; la claridad de su tez hacia juego con el paisaje del Río de la Plata y con los pescadores que sobre la costanera ponían a prueba su paciencia esperado el tirón de sus cañas de pescar.


De arquitectura era seguro, con sus maquetas y esa “fachita” medio irreverente y rebelde no había duda. Lastimosamente, el recorrido no era muy largo y el muchacho debía conformarse con 15 a 20 minutos de admiración, pero eso no le importaba, él tampoco quería observarla por mucho tiempo, solo quería guardar su imagen en la memoria fotográfica, esa que guarda personas, hechos y sucesos que de una u otra manera te marcan. Para que esa imagen ocupara un lugar en el espacio de la memoria fotográfica y esta historia significase algo, hubo una revelación, a esta chica había que escribirle una canción.


Para el pibe la eternidad solo dura un momento, el momentito que tenía para verla en el bus, eso lo era todo.


El colectivo llega a destino, la bandada de estudiantes desciende del mismo, el camino es uno solo hasta la entrada de la facultad y, allí todo acaba. Diferentes rutas aleatorias hacen que los estudiantes se pierdan en la maraña de jóvenes universitarios y así termina el pequeño y breve instante de admiración a la chica del 37. Mañana será otro día y tendré que tomar el 37; se dice el muchacho tratando de convencerse y de vencer a la probabilidad del destino.


Él nunca quiso hablarle, esa no era su intención, solo quería ver y observar lo bella que es, nada más allá de eso, nunca se interesó por conocerla, solo le gustaba verla así, escuchando música, con sus jeans rotos y con ese aspecto de: “nadie me dice lo que debo hacer”, ese aspecto era lo que más hacia boom en la cabeza del muchacho, el de ver a la piba relajada, libre y con su pañuelito verde amarrado a la mochila. Total, la chica, así como este relato, nunca serían suyos. Pues, ¿Qué es nuestro en esta vida?


No suelo escribir sobre estos temas, pero súbitamente recordé a la chica del 37 mirando el cielo por la ventana del apartamento. Con la mirada perdida en la nada sobreviene un recuerdo esporádico de cualquier persona, lugar o cosa, y es ahí cuando las falanges te piden que las dejes caer sobre la teclas y no podía decirles que no, si el cuerpo y la cabeza se conjugan en un solo deseo, hay que dejarlo ser.


Esto no es un relato de amor, no pretende serlo tampoco, es un relato que solo quiere exaltar la belleza femenina y como esta puede alegrarle el día a una persona sin importar si es hombre o mujer, pues los sentimientos y el amor no caminan en una sola dirección, van y vienen en doble vía, despojándose del temor a ser juzgados por una cuestión de género.


En las letras el pibe que observaba de lejos a la chica del 37.

En el audio como ya es costumbre al escribir, Yann Tiersen con Monochrome.

 
 
 

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